Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100259
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 25 de enero de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 78, 1303-1308.
Tema: Crisis ministerial y formación del nuevo Gabinete.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): He de felicitarme, Sres. Senadores, del tono templado con que comenzó este debate, sintiendo que no se halle presente el Sr. Senador Marqués de Sardoal que lo ha provocado, para tener también el gusto de felicitarle; que así, y discutiendo de esta manera, es como pueden realizarse conciliaciones e inteligencias que por otros medios han sido hasta ahora, al parecer, imposibles.

Pero sea de ello lo que quiera, yo debo comenzar por no hacerme cargo de ciertas indicaciones del señor Marqués de Sardoal respecto al debate que aquí se había promovido a propósito de las preguntas del Sr. Botella, porque los asuntos de que hizo objeto de sus apreciaciones el Sr. Marqués de Sardoal han de venir en el fondo del debate, y entonces me ocuparé de ellos cuando les toque el turno que pienso seguir para contestar a S.S., aceptando el mismo [1303] orden que S.S. estableció al desarrollar su interpelación.

Quejábase el Sr. Marqués de Sardoal de que la crisis que había tenido lugar, y que había pasado, según su señoría, por cuatro períodos, no ha sido lo suficientemente explicada, y yo declaro que me parece que esta queja de S.S. no es fundada; porque los Sres. Senadores recordarán que no se trata de una de aquellas crisis que en otros tiempos solían verificarse, en las cuales ni la opinión pública ni el Poder legislativo tomaban parte; en éste, en que la opinión pública ha tomado una parte tan interesante; en ésta, en que todo se ha hecho a la luz del día y ha sido en absoluto transparente, no hay nada de que enterar a la opinión pública, porque ésta se halla perfectamente enterada. Esto, que es un progreso en las costumbres políticas, hace inútiles las explicaciones de la crisis, tan inútiles como antes eran necesarias. ¿Qué voy a decir yo al Sr. Marqués de Sardoal y a los Sres. Senadores, que uno y otros no sepan? Lo sabe tan bien como yo, porque han tomado parte, como puede tomarse parte en una crisis que se ha desarrollado en realidad, como he dicho, a la luz del día.

Pero el Sr. Marqués de Sardoal echa de menos ciertos datos y algunas noticias que S.S. no tenía respecto a las conferencias realizadas. Pues bien; acerca de eso yo diré al Sr. Marqués de Sardoal pocas palabras. Los Sres. Senadores saben que todo el mundo veía con pena el giro que tomaban nuestros debates parlamentarios; que todo el mundo veía con extraordinario disgusto las corrientes de violencia y de lucha que conducían por el camino la política española. Todo esto era en daño, naturalmente, de la paz pública; era en daño de la tranquilidad de las instituciones; era en daño de la oportuna realización de los trabajos parlamentarios; era en daño de la facilidad en la marcha regular de la política española; y los que más no afanamos en que todo esto no tenga lugar, y los que amamos el sistema que nos rige, estábamos interesados en que tales condiciones de lucha y de violencia desapareciesen. Para eso era preciso empezar por suavizar rozamientos, por limar asperezas, por destruir animosidades, por establecer buenas relaciones entre los liberales entre sí, y por buscar también la buena armonía entre el partido liberal y los demás partidos. Los que en todo esto tenemos interés, habíamos, como es natural, de hacer algo.

Pues bien; alguien había de tomar la iniciativa; y si había de tomarla alguien, a mí me parecía que debía ser yo, al menos porque, sin merecerlo, me encuentro a mayor altura; y en realidad no sé quién ha tomado la iniciativa de todo cuanto ha pasado; pero en verdad que, si no la he tomado yo, declaro debí tomarla.

Ahora bien, Sr. Marqués de Sardoal; de limar asperezas, de suavizar rozamientos, de deshacer agravios, de establecer buenas relaciones entre los elementos liberales y procurar una base de inteligencia entre el partido liberal y los demás partidos, de abreviar los trabajos parlamentarios y facilitar la marcha regular de la política española, de eso, y nada más que de eso, me he ocupado yo con las personas con quienes he tenido la honra de conferenciar.

En todas ellas he encontrado los mejores propósitos de conciliación y (solamente lo declaro) un gran desinterés por su parte. Los que han dicho (y no me refiero en esto al Sr. Marqués de Sardoal, que nada de eso ha dado a entender, pero se ha manifestado por algunos) que en aquellas conferencias hemos convenido en tratos y contratos, hemos hablado de repartición de carteras de Ministros y de altos puestos, ésos no están en lo cierto, no hacen la debida justicia a las personas que han intervenido en aquellas conferencias. Lo que hay es, que aquellas conferencias se miraron por algunos, por ignorancia o por malicia (yo me inclino más a creer que por lo segundo), bajo un prisma vulgar e interesado que no corresponde a la dignidad y patriotismo de las personas que en esas conferencias intervinieron, en lugar de considerarlas impulsadas por el deseo de buscar la conciliación de todos los elementos liberales por medio de soluciones, ya administrativas, ya políticas, ya económicas, ya militares, como corresponde a la política que me proponía seguir desde un principio, como aconseja la previsión política más vulgar, y como realmente y de consumo me imponía mi deber como jefe del partido liberal, correspondiendo así a la confianza que ese partido me dispensa, y como jefe del Gobierno, correspondiendo también a la confianza que la Corona me otorga. Esto eso, pues, lo que ha pasado en las conferencias a que S.S. se ha referido; ni más ni menos.

¿Es que a pesar de los buenos propósitos de todas las personas con quienes tuve la honra de conferenciar, no se ha realizado la conciliación? Pues en realidad no sé por qué no se ha realizado. Lo único que puedo decir es, que yo no he tenido la culpa, y presumo que tampoco la haya tenido ninguna de aquellas personas que abrigaban tan buenos propósitos como yo. No he culpado a nadie; lo primero que dije el día que tuve la honra de hablar de esto ante el Senado fue, que había naturalmente dificultades para la conciliación, porque son múltiples y variadas las aspiraciones que hay que concretar, son muchos y muy contrapuestos los intereses que hay que satisfacer, y también son distintos los caracteres de las personalidades que hay que armonizar, y todo esto puede traer inconvenientes y dificultades que hagan inútiles y estériles los propósitos más nobles y los mejores deseos de las personas que hayan intervenido en las conferencias.

Con esto respondo al cargo que me dirigía el señor Marqués de Sardoal aseverando que yo había dicho que de que no se haya realizado la conciliación, el único irresponsable era yo, pero que todos los demás tenían culpa. No he dicho eso; al contrario, he tenido buen cuidado de manifestar que no culpo a nadie, porque en realidad no sé a quién culpar.

El Sr. Marqués de Sardoal juzgando las cosas así por las apariencias, ha supuesto que se me impuso la conciliación y que a ella fui de mala gana. Ésa es una opinión de S.S., pero que verdaderamente no justifican los hechos. Claro está, yo no negaré a S.S. que, tratándose de una obra conveniente para el país y para la pacificación de los espíritus, haya tenido S. M. la Reina, antes que nadie, el sentimiento íntimo de la necesidad de la conciliación dentro de los partidos, porque es también evidente que primero que nadie ha de experimentar esos sentimientos la que no desea más que la prosperidad del país, la que no pide más que la paz en todos los espíritus, ni demanda otra cosa que orden y regularidad en los trabajos parlamentarios, y por consiguiente, en todo [1304] aquello que se refiere al bienestar de la Nación. No conozco a nadie que tenga mayor interés en todo eso que S. M. la Reina Regente.

Pero me ha de permitir S.S. le haga observar que mucho tiempo antes de que esta cuestión haya trascendido al público, ya venía yo haciendo poco a poco, como era indispensable hacerlo, y como realmente se pueden hacer estas cosas, todo cuanto era posible para ir preparando los ánimos a la conciliación, y que ya desde el verano pasado he venido dando algunos pasos con las reservas, con la prudencia y la circunspección que eran necesarias, porque, al fin y al cabo, nosotros todos, malaxadamente, habíamos sostenido una lucha encarnizada, y me parecía que sin que pasara el fragor de la pelea, con la exaltación que todavía quedaba en las pasiones, no era posible abordar ningún trabajo de inteligencia y conciliación; pero así que me pareció que esa exaltación de las pasiones se iba calmando, empecé a hacer esas gestiones con la prudencia, con la reserva y con la circunspección que el caso exigía. Poco a poco fui entablando relaciones con las personas que estaban separadas de mí, y quise entablarlas con todas aquellas con las cuales buenamente podía hacerlo y mi dignidad me lo permitiera, debiendo no solo tener en cuenta mi propia dignidad, sino la de las demás entidades con las que yo quería también entablar relaciones de cordialidad. Por fin, cuando creí que los ánimos estaban todos tranquilos y que el fragor de la lucha había desaparecido, en el momento que tuve una ocasión propicia, la aproveché, y la primera que pude aprovechar fue la de la crisis que acaba de tener lugar.

Que yo quise aprovechar estas circunstancias, lo dije en mi discurso de presentación del Gobierno a las Cámaras, mostrando la crisis, no como una necesidad de gobierno, sino como una conveniencia, a fin de ver si por medio de una nueva combinación ministerial llegaba a establecerse la inteligencia y conciliación entre todos los elementos del partido liberal. Yo no he podido hacer más. Habré ido a la conciliación de mala gana, como S.S. dice; pero la verdad es que he hecho todo lo posible para que la conciliación se realice, empezando por hacer una crisis para eso y por eso; porque yo declaro que si los sentimientos de S. M. la Reina era que la conciliación tuviese lugar, la iniciativa la tomé yo, coincidiendo con los sentimientos de S. M., porque aceptó con mucho gusto, sin titubear ni vacilar un solo momento, el consejo que tuve la honra de darle de que en primer término convenía procurar un Ministerio de conciliación a fin de reunir a todos los liberales. (El Sr. Marqués de Sardoal: ¿Cuándo pasó eso?) Cuando se hizo la crisis. (El Sr. Marqués de Sardoal: Antes). En los momentos de la crisis. (El Sr. Duque de Mandas: ¿En qué momento de la crisis? ?El Sr. Marqués de Sardoal: Un mes antes; de modo que los compañeros de S.S. no se enteraron de eso hasta un mes después). Se enteraron perfectamente. Está S.S. equivocado. Ahí están mis compañeros, a los cuales enteré de todo absolutamente, y ya dije aquí en mi discurso de antes de ayer que todos me habían facilitado la realización del pensamiento, y que todos me habían ayudado en mis nobles aunque estériles propósitos, y estos propósitos son los que yo había comunicado a mis compañeros.

De manera que la responsabilidad de haber procedido a la conciliación es mía, exclusivamente mía; y esto, que en todo caso sería indudable, lo es mucho más en este en que la iniciativa, la propuesta y el consejo a S. M. partió de mí, y S. M. lo aceptó con gusto sin vacilar inmediatamente que yo lo propuse.

De modo que, sin rectificar en este punto al señor Marqués de Sardoal, le diré que ha estado, en efecto, correctamente constitucional en lo que se refiere a la iniciativa que S. M. haya podido tomar; pero haciéndole una rectificación para que no dude de que si los sentimientos de S. M. fueron estos que he indicado, realmente la iniciativa, y por consiguiente la responsabilidad, me corresponde en absoluto.

Supone el Sr. Marqués de Sardoal que yo he puesto alguna dificultad a la conciliación, porque amigos míos al parecer no la recibían bien y vociferaban contra ella en el salón de conferencias; y todavía une S.S. esta actitud de algunos amigos míos en el salón de conferencias con una asonada que el señor Marqués de Sardoal tiene noticia, en la cual fueron a la plaza de Celenque, y trepando las escaleras de mi casa, dieron vivas como para coartar por ese medio la Regia prerrogativa. Declaro a S.S. que la primera noticia que tengo de tal asonada es ésta, y es extraño que, habiendo trepado las escaleras de mi casa y habiendo invadido mi domicilio, no haya yo sabido nada hasta ahora. Debe estar el Sr. Marqués de Sardoal mal informado, pues no tengo conocimiento del caso. Yo he preguntado, y nadie me ha dicho nada, y mucho menos que se tratase de traidor a la dignísima persona que ocupa la Presidencia de la otra Cámara. Conste, pues, que esto se lo ha debido decir al señor Marqués de Sardoal alguno que lo ha soñado, porque inventar tan bien ciertas cosas me parece un poco difícil. Por lo demás, yo respondo a S.S. que nada de eso ha pasado, y que yo no lo hubiera permitido, porque no habría consentido que en mi casa ni fuera de ella se fuera a maltratar a aquella persona a quien estoy ligado por lazos de antigua amistad y de notoria lealtad; que nadie hubiera faltado al respeto que se merece esa persona, y mucho menos bajo el punto de vista y con el carácter de amigos míos.

Respecto al salón de conferencias, no sé lo que pasó. Yo voy poco por allí; pero claro está que ha podido haber diferentes opiniones al apreciar el caso; mas S.S., que se hace cargo de lo que han podido decir mis amigos, no se lo hace de lo que hayan dicho los que no eran amigos míos; porque también hay que advertir que, después de eso, me he enterado de esas cosas que ignoraba hasta que S.S. las ha dicho. Yo he sabido que así como algunos de mis amigos vituperaban la marcha de las cosas y no les parecía bien, había otros que la aplaudían porque creían que yo había caído. (El Sr. Marqués de Sardoal: Váyase lo uno por lo otro. ¡Vaya un camino para la conciliación!) Pues es camino, sin embargo; porque si no se tratase de buscar un acuerdo, no habría conciliación. ¿Le parece fácil al Sr. Marqués de Sardoal, cuando dos ejércitos beligerantes quieren convenirse, que este convenio se realice oyendo las opiniones de un ejército y de otro? No; como en todos los convenios y conciliaciones, existen en la política estas dificultades, y se tropieza con las cuestiones de amor propio de un lado o de otro, y por eso las personas que influimos en la política y tenemos cierta posición, estamos obligados a evitar determinadas corrientes; y así como yo me había propuesto contener a mis amigos dentro [1305] de los límites de la prudencia y del patriotismo, esperaba que S.S. hiciera lo mismo conteniendo a los suyos dentro de los límites de esa misma prudencia y de ese patriotismo. Yo tenía la confianza de que, tanto SS. SS. como todos, habíamos de conseguir el resultado. De manera que, de haberse procedido así, las dificultades que hubiera habido que vencer se habrían vencido.

Pero, en fin, lo que me importaba rectificar era la cuestión de la asonada como para coartar la prerrogativa Regia, que verdaderamente, repito, sería un mal sistema que soy el primero en reprobar y condenar (créame el Sr. Marqués de Sardoal); sería además un sistema estéril, pues no se coarta fácilmente la Regia prerrogativa por esos medios ni por otros.

Su señoría hace varias suposiciones respecto a mis intentos de conciliación. Sobre ellos todavía no he dicho bastante para demostrar a S.S. que yo hice todo lo posible para que la conciliación se realizara, porque aparte de la crisis que por la conciliación y para la conciliación inició el Ministerio que yo presidía, aparte de esto, en el momento en que yo vi que a mí no me era posible realizarla, creyendo que mi persona y mi nombre pudieran ser un obstáculo para ello (impresión que no saqué seguramente de las conferencias que tuve la honra de celebrar con las personas con quienes quise entenderme), sin embargo, a fin de que no hubiera escrúpulo ninguno, hice lo necesario para quedarme de lado y para que la hiciera otro, y di a S. M. el consejo de que consultara a aquellas autoridades políticas a que en semejantes casos pueden acudir los Monarcas, con objeto de ver si se encontraba un medio de que otra persona tuviera la fortuna de conseguir lo que yo no había podido alcanzar.

Desde aquel momento me retiré de toda gestión directa que no fuera para ayudar a la persona encargada por S. M. de esa misión; y ahí está el digno Presidente del otro Cuerpo Colegislador que puede decir si yo le puse la más pequeña dificultad; si, por el contrario, no estuve dispuesto a prestarle todo mi auxilio para que la conciliación se realizase. Las personas de mi partido que a mí se llegaron y que podían contribuir a la conciliación, no encontraron de mi parte más que consejos y aun exigencias, respecto de quienes podían tenerlas, para que aceptaran puestos en un nuevo Gabinete.

Hice, pues, por el Ministerio de conciliación, que por mí no habría de ser presidido, mucho más de lo que había hecho por el Ministerio de conciliación que había de ser presidido por mí.

Y aquí viene una de las cuestiones a que más importancia da el Sr. Marqués de Sardoal. Dice que se deducen las dificultades que yo había puesto a la conciliación, de que no había hecho para armonizar las ideas de los Sres. Maura y Puigcerver, tratándose de la segunda tentativa de concordia, lo que hice al intentar la primera. Pues en eso está el Sr. Marqués de Sardoal completamente equivocado. Yo procuré conciliar a dichos señores, lo mismo cuando se trataba de que yo formara Ministerio, que cuando estuvo encargado de ello el digno Presidente de la otra Cámara.

En el primer caso no pude conciliarlos por faltar un detalle, a mi entender, insignificante, dadas las dificultades que se habían vencido; y cuando el señor Alonso Martínez estuvo encargado de formar el Ministerio, yo tuve el mismo propósito e hice los mayores esfuerzos para traer a dichos señores a un acuerdo. Tuve una conferencia de dos horas y media con esos dos íntimos amigos míos; hice entonces para conciliarlos esfuerzos mucho mayores que los que había hecho antes. Llegaron a un acuerdo (acuerdo que naturalmente ha de continuar ahora) en todos los puntos, menos en el relativo a la cuestión arancelaria.

Creía el Sr. Maura que estábamos en el caso de poner en los presupuestos un artículo autorizando al Gobierno para revisar los aranceles. Estimaba el señor Puigcerver que eso no lo podía aceptar, dados sus compromisos de escuela, y por fin, después de mucho trabajo llegamos a un acuerdo consistente en consignar esa autorización, no en un artículo de los presupuestos, sino en una ley especial, con lo cual se facilitaba la discusión de los presupuestos mismos, descartando de ellos una cuestión tan importante como la arancelaria, respecto a la cual estaban divididas las opiniones dentro del partido.

Con esto creí conseguido todo lo que necesitaba. El Ministro de Hacienda que iba a ser, el Sr. Maura, creía que, si se dejaba esto para una ley especial, era necesario presentarla al mismo tiempo que los presupuestos; pero el Sr. Puigcerver entendía que no había necesidad de que se hiciera eso, porque de aquí a la renovación de los tratados falta otro presupuesto que discutir, queda otra legislatura, y entretanto, la Comisión informadora, compuesta de personas que participan de las dos ideas que se disputan el triunfo en esta cuestión, podría dar su dictamen al Gobierno, y resolver éste con pleno conocimiento de causa.

Pues bien; en esto, que al parecer es una cosa sencilla, no se pudieron poner de acuerdo. El Sr. Maura creía que no debía esperarse a que la Comisión informadora diera su dictamen, mientras que el Sr. Puigcerver afirmaba que él estaba imposibilitado de hacer nada sin conocer antes el dictamen de esa Comisión, por respeto a la Comisión misma, hace poco tiempo nombrada, cuyo dictamen debe dar en abril, con lo cual juzgaba que había tiempo sobrado, y que hasta podría darse el caso de que antes de acabarse esta legislatura se pudiera presentar la ley especial; enfrente de lo cual el Sr. Maura opinaba que no había tiempo, y que la ley especial había de estar votada para el verano, a fin de que quedase tiempo para realizar los trabajos necesarios como defensa para los nuevos tratados.

Cansado de luchar, después de dos horas y media, en cuyo trabajo me ayudó también una persona que todos los Sres. Senadores respetan mucho, que ocupa un altísimo puesto en esta Cámara, y que presenció la conferencia, desistí de ponerlos de acuerdo, y entonces fue cuando llegó la persona encargada de formar el Ministerio de conciliación diciéndome que ya era inútil todo, porque la conciliación estaba rota.

De todos modos, aparte de que yo hice esfuerzos supremos para ponerlos de acuerdo, como lo pueden acreditar las dos personas a que me refiero, y como en todo caso lo podría acreditar asimismo la altísima personalidad a que también me he referido, aquello no era esencial para la conciliación, porque aun en el Ministerio anteriormente intentado no lo fue tampoco, si no hubiese faltado otro dato saliente para la conciliación, porque al fin y al cabo la entrada del Sr. Puigcerver en el Ministerio no era de todo punto esencia para la conciliación; otro individuo [1306] de la mayoría habría ocupado perfectamente su lugar, y el Sr. Puigcerver se comprometió en esas circunstancias a lo mismo que se había comprometido conmigo, que era, a no suscitar obstáculos al Ministro de Hacienda, que entonces se trataba también de que lo fueran los Sres. Gamazo o Maura, ni aún para la cuestión arancelaria; pero que no pondría dificultad ninguna desde el banco encarnado del Diputado, porque en el banco azul de los Ministros no podía hacer una cosa contraria a sus principios, de acuerdo con sus compañeros de Gabinete, mientras que, como Diputado, podía guardar silencio ínterin se salvaran las dificultades del momento, sin perjuicio de recobrar la libertad de sus convicciones cuando este caso llegase, añadiendo que esto se lo aconsejaban su patriotismo y sus deberes de hombre de partido.

Pues a esto a que se comprometió conmigo, se comprometió también para el Ministerio de conciliación que estuvo encargado de formar el Sr. Alonso Martínez. De manera que declaro que el Sr. Puigcerver no podía hacer más de lo que había hecho conmigo a favor del Ministerio de conciliación. Pues aún le pedí más; pero no quiso hacerlo, diciéndome: ?no necesita Vd. sacrificarme a mí, puesto que puede ir la banco ministerial algunos de mi misma escuela, de mis ideas económicas, y pro quien yo me consideraré muy representado, pero que no tenga los compromisos que yo tengo contraídos, y que no haya hecho, como yo, cuestión de Gabinete esta misma de que ahora se trata?.

Vea, pues, el Sr. Marqués de Sardoal cómo el señor Puigcerver fue tan allá o más que había ido para la formación del primer Ministerio, y cómo yo no dejé de hacer sacrificio ninguno ni esfuerzo de ninguna especie para convencer a este distinguido amigo a fin de que entrara en aquel Ministerio; antes al contrario, hice en este punto mucho mayores esfuerzos de los que había hecho para que entrara en el Ministerio intentado anteriormente.

Con motivo de este asunto ha dicho el Sr. Marqués de Sardoal que yo no tenía opinión formada en las cuestiones económicas. Tampoco en este punto tiene razón S.S., porque ya dije, al tener la honra de presentar el nuevo Gabinete al Senado, que este Ministerio en realidad tiene el mismo programa que los anteriores, toda vez que no puede tener más programa que el del partido liberal; y añadí que en las cuestiones económicas estaba dispuesto a aceptar todas las economías y todas las transacciones que no perturben los servicios públicos, que no lastimen el crédito del Estado y que conduzcan al decrecimiento constante del déficit y al alivio del contribuyente que estuviese más agobiado, por el movimiento gradual hacia la nivelación o igualdad de los tributos. Pues bien; a estas transacciones me refería yo; es decir, a las que ya habíamos hecho y teníamos ya establecidas entre los que opinaban de distinta manera que nosotros en las cuestiones económicas; pues ya he dicho que en todos los puntos hemos venido a un acuerdo, al cual se ha llegado, naturalmente, por transacciones de una y otra parte, quedando sólo por resolver esa cuestión arancelaria, reducida también a los términos siguientes: ¿se ha de presentar la autorización para revisar los aranceles antes o después de los presupuestos? ¿Se ha de esperar a que la Comisión informadora, nombrada hace poco tiempo, dé su dictamen que sirva de ilustración al Gobierno, o no se ha de esperar a esto?

Ésta es la cuestión sencilla; y ya ve el Sr. Marqués de Sardoal que no merece la pena que riñamos por cosa tan pequeña; que, en último resultado, el patriotismo de todos nos hará buscar una fórmula de transacción hasta en esto, que no es nada más que una fórmula de transacción en el tiempo, una cuestión de oportunidad.

Pues si en una cuestión de oportunidad no nos ponemos de acuerdo cuando se trata de intereses tan altos e importantes para el país, ¿en qué nos vamos a poner de acuerdo? ¿Y qué partido es posible, si los hombres que lo componen se aferran a sus ideas sin ceder absolutamente en nada? Eso no es posible, y es de esperar que en esta situación vengamos por último a coincidir.

Jamás he tenido yo la pretensión de ser elegido de Dios para el bien del país. ¡Ojalá! Pero no me he hecho nunca esa ilusión, no he dicho jamás que lo fuera, ni jamás he afirmado que sería una locura que un Gobierno liberal fuese presidido por otro que por mí. No lo he dicho nunca, no; lo que he dicho siempre es, que esas cosas no se pueden imponer por la oposición y la fuerza y como una derrota para la mayoría. Pero recuerde S.S. que yo en otra ocasión dije: ?¿Es que algunos liberales no están contentos con que yo dirija al partido liberal? ¿Es que no están contentos con que yo sea jefe del Gobierno? Pues que no pidan a la mayoría que me eche, porque la mayoría no les va a hacer caso. ¿Quieren conseguirlo? ¿No tienen para vivir en paz en el partido más que ese inconveniente, el de que yo sea jefe? Pues que acepten toda la política del partido liberal, y vuelvan a su seno, vuelvan a sus filas, y entonces, todos de común acuerdo discutiremos quién ha de ser el que dirija el partido liberal. ¿Es que acuerdan que sea otro?? Y yo añadía: ?Ante ese otro seré el soldado más fiel y el liberal más subordinado?.

Pero decir yo que sería una locura que otro presidiera un Gobierno liberal, no lo he dicho jamás, ni mucho menos me he considerado predestinado por Dios como el único español capaz de hacer la felicidad de mi Patria; que eso sería verdaderamente una locura en mí y en cualquiera.

Podré yo tener todas las faltas, todos los defectos, todas las deficiencias para el Sr. Marqués de Sardoal; pero esa que me atribuye no la tengo. De todo puedo tener un poco; pero de loco, no creo hasta ahora haber dado pruebas de tener nada, y eso sería una verdadera locura.

No he dicho semejante cosa; al contrario. (El Sr. Marqués de Casa-Jiménez: De locos, todos tenemos un poco). Pues si ese poco lo tenemos todos, resulta que, como factor común que es, hay que prescindir de él. En todo caso tendré lo que tenemos todos, pero nada más. (Risas).

Se ha lamentado el Sr. Marqués de Sardoal, y yo con él me lamento, del estado en que se encuentra el partido liberal, comparándolo con el que tenía a la muerte de S. M. el Rey.

En efecto, yo reconozco que el partido liberal ha tenido bajas importantísimas, bajas muy valiosas, y lo lamento, y porque lo lamento mucho, he procurado que esas bajas vuelvan a cubrirse, y he hecho todo lo posible para que desaparezcan. (El Sr. Duque de Tetuán: Esas bajas no son del partido liberal, sino de la [1307] dirección de S.S.) Pero hoy son bajas del partido liberal. (El Sr. Duque de Tetuán: En la dirección de S.S.) Pero, en fin, no solo no están en el partido liberal, sino que hace oposición al partido liberal. (El Sr. Duque de Tetuán: A la fracción del partido liberal que dirige S.S.) Pues esta fraccioncilla tan pequeña que yo dirijo. (El Sr. Duque de Tetuán: Fraccioncilla no he dicho; fracción muy importante, sí, pero fracción al fin). Es más que fracción, y S.S. debiera tener más consideración al partido a que ha pertenecido, que partido es. (El Sr. Duque de Tetuán: Ha sido; se la tengo; no le ha tenido ni le tiene tanta S.S. que lo ha perturbado y divido. ?El Sr. Marqués de Sardoal: Las representaciones y las tendencias políticas no se cuentan, se pesan). Pues por eso digo que son muy valiosas, muy importantes, pero que no por ellas ha dejado de existir el partido liberal. El partido liberal existe con toda la debilidad que le produce la falta de esas personalidades importantes que antes formaban en sus filas; pero por eso, Sres. Senadores, ¿ha dejado de existir el partido liberal? Yo no solamente lo considero como partido, sino que hoy tengo la satisfacción de decir que es el partido más importante y más numeroso que hay en España. (El S. Beránger: Ésa es una opinión de S.S.) De todas suertes, no dejo de reconocer que ha tenido lamentables pérdidas, y por eso es por lo que yo he hecho todo lo posible para repararlas, y estoy dispuesto a seguir haciendo cuanto de mí dependa.

Porque, después de todo, yo que, sin modestia sea dicho, me considero como una de las personas políticas más tolerantes y transigentes de este país y de cualquier otro, pues creo que no haya quien me aventaje en paciencia, en transigencia y en tolerancia; yo que soy tan fácil en recordar favores como en olvidar agravios; yo que no tengo en mi corazón espacio ninguno para el odio ni para el rencor, estoy siempre dispuesto a la concordia y a la paz, aún con aquellos que más me hayan atacado y al parecer me hayan ofendido; porque tratándose de los intereses de mi Patria, ¿qué me importa mi personalidad?

El Sr. Marqués de Sardoal indicó ayer un cambio que yo creo es el más a propósito para la conciliación. Dijo que estaba dispuesto a ayudar al Gobierno, no solo en la cuestión de presupuestos, pues que no hay hombre político de importancia que se estime en algo que ponga dificultades a ningún Gobierno para gobernar en las cuestiones que, como ésa, son esencialmente de gobierno, sino que estaba dispuesto también a ayudarle en la cuestión del sufragio universal, que alfil y al cabo es la coronación de todas las reformas del partido liberal.

Pues, Sr. Marqués de Sardoal, en el camino nos hemos de encontrar muchas veces, y vamos a coincidir en cuestiones importantes, en las cuales nos han de atacar, y harán bien, los conservadores; y encontrándonos muchas veces en el camino, juntos haremos la jornada, y así es como se logran las inteligencias y se hacen las conciliaciones. Después de todo, Sres. Senadores, yo comprendo que las intransigencias, que los exclusivos puedan sostenerse ante los intereses particulares, porque ante éstos pueden tener mucha importancia, e importancia decisiva, las ofensas que uno recuerde como recibidas; pero ante los intereses de la Patria, ¿qué agravios no pueden desaparecer, qué ofensas no se pueden olvidar? Pues qué, ¿ante los intereses de la Patria no se olvidan todas las ofensas y todos los agravios? Si no fuera así, ¿viviríamos juntos muchos que hemos estado separados en lucha encarnizada? Todo desaparece, todo, menos el deshonor; pero ¿qué ofensas nos hemos hechos que hayan llegado a la deshonra? En lo demás, todas quedan como amnistiadas por el patriotismo, que es noble por lo mismo que significa olvido y sacrificio de las personas. Hora es ya, señores, de que todos nos olvidemos de nuestra personalidad en bien de las instituciones y en bien del país. He dicho. (Bien, bien). [1308]



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